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Viernes, Mayo 2, 2014.
Recordándolo. Me dirigía al odioso Banco, situación que, hasta hoy, sigo detestando, por la pésima capacitación que tienen los jóvenes, por el tiempo perdido en algo que se puede solucionar electrónicamente y porque se encuentra uno a cada especimen gandalla en la fila. Eran los años noventas; por ahí de 1996 e inicios del 97, un sábado caluroso, donde tuve que acudir a la citada y mentada sucursal porque el agachón del Arturo no pasó la nómina, se dejó culpar como siempre, y Jorge lo regañó, como siempre, tragándose el coraje, como siempre (salvo cuando me culpó a mí de no enviar aquel famoso fax de Randddalll "que sí envié" y que él también se tragó por miedoso, y donde el que se tragó las mentadas de Jorge fui yo. Pinche Jorge, aquél agachón y tú culey, por no preguntar bien, pero me aguanto la pendejada del agachón, por chambeador, y porque no lo valoras, más no porque es miedoso), y resultó que me ví solidario con él: pinche Arturo güey, -le dije aquél día. Pinche Arturo agachón, -le dije este día, pero no hay tos, no me cuesta nada ir. Larga fila en el Banco, del cual antes todos presumían que era "su Banco". Mío no era, nunca fui accionista ni fiel cuentahabiente. Menos cuando insistían en venderme: "seguuuuuros, tarjeeeeeetas, ahoooooorrros, y fierros vie...jas que" mejor no digo de quién. De pronto, un ruido sensible, seguro pero sensible, firme pero fino a la vez, se escuchó a la entrada de la sucursal: el sol iluminaba una silueta que apenas alcancé a distinguir, y que se acercaba a mí lentamente. Unos escuincles groseros preguntones exclamaron: mira mamá, en su sillita. Otras madres más pendejas contestaron: deja de señalar al viejito, mijita. Unos metros, tan sólo unos metros atrás, hice lo que una persona DEBE HACER: jalé a la fila intencionalmente para que se quitara el ganado de tarugos que estorbaban. La silueta se acercó a tan sólo metro y medio de mí. Siiií, era él. Me puse nervioso, deseé ayudarlo, pero recordé que no le gustaba. Me sentí como un fan cuando se topa con su ídolo Rock Star de toda la vida, lo ví pasar y mi corazón temblaba de emoción. Jamás había sentido, desde hacía ya varios años atrás, ese nerviosismo con persona alguna. Pero admito que ahí lo sentí nuevamente. Sí Damas y Caballeros, sentí emoción por aquel hombre. Aquella silueta que caminaba en su andadera, seguro de llegar; lento, pero sin desistir. Libre de cualquier ayuda, aunque se acercaron a él, cuando le vieron, tanto el Gerente como una ejecutiva de la Sucursal. Sí, Señoras y Señores, uno de mis ídolos cruzó a tan sólo unos centímetros de mi persona. Quise gritar, pedirle su autógrafo, ó tan sólo saludarlo, pero preferí respetarlo y no quitarle su valioso tiempo. No obstante y, finalmente, le ví pasar. Eso... jamás lo olvidaré. Mi agnosticismo sigue siendo y seguirá firme, mientras no me demuestren lo contrario y pese a malintencionados que quieren verme en agonía para rogar a un Dios no comprobado. Sin embargo, él era para mí como el PAPA, y yo acudía a su misa cada sábado, sin falta, desde años atrás. Me comulgaba con la sabiduría de sus conocimientos, oraba con el derroche energético de su sermón: claro, veraz, ameno. Me persignaba con los signos de su doctrina. Y gracias a él entendí que también tendría que ofrecer parte de mí para doctrinar a otros. Aunque él iluminaba el templo del saber y del ejemplo. Damas y Caballeros: Él era... Arrigo Coen (lo escribo tal como él exigía que se escribiera su nombre). Aquél viejito del que muchos infames vencidos por la ignorancia que había triunfado en ellos, se burlaron, murmuraron ó señalaron con desconocimiento. Aquél hombre luchador y elegido por los Dioses para convertirse en uno, a sus, entonces, 80 y tantos valiosos años, en su silla andadera, nos honraba con su visita al lugar de los simples mortales. Firme en su andar, con un halo de luz a su alrededor, llegó a un simple y odioso Banco. Y yo... yo lo pude ver. Y simplemente llenó mi memoria de admiración y de ejemplo, incluso hasta estos días. Y si hay dudas en ello. Fue en Plaza Cantil, Avenida Aztecas, en el ingrato y odioso Bancomer, del cual, ya ni recuerdo si pude realizar el cambio de mi cheque, que se volvió sin importancia por tan inconmesurable incidente de sólo un instante. Tan sólo un instante, para saber que había iluminado con su andar, un poco de mi sinuoso camino. Nota del Autor: Arrigo Coen, sabio lingüista, traductor, políglota del griego, latín, inglés, galo, español y lenguas germanas y eslavas. Defensor del idioma español y estudioso del mismo. Ya muerto hace poco más de una década. Un ejemplo de trabajo, de persona y de sabiduría. Entre los mortales, él era un Dios del idioma español. Poco valorado por ingenuos mocosos, y poco difundido por maestros de dudosa ortografía. Simplemente: un ejemplo de persona a quien hay que imitar, hasta donde se pueda. MAHR, Sam.can.services, Mayo 2, del 2014.
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